Segunda versión de este poema, publicada en el libro "MUSA CANARIA" en 1900, la primera había sido publicada en agosto de 1879 en la "Revista de Canarias".
que
sobre el mar descuellas
elevando
tu frente de coloso
á
la ignota región de las estrellas.
Al
contemplar tu cúspide luciente
de
nieve coronada,
ceñida
por las brumas de occidente,
del
alma apasionada
lágrimas
brotan de cariño ardiente.
Cual
faro luminoso
al
navegante por los mares guías,
y
elevándote airoso,
como
la esbelta palma
en
el desierto líbico arenoso,
despiertas
en el alma
recuerdos
mil de placenteros días.
¡Siempre,
siempre te amé, Teide querido!
Siendo
niño miraba tu grandeza
en
dulce arrobamiento sumergido;
en
la ausencia cantaba tu belleza,
y
al divisarte envuelto, pudoroso
de
nubes por un velo,
levantándote
mudo y silencioso
hasta
tocar el cielo.
de
amor y de entusiasmo conmovido,
gigante
de los mares,
torno
á pulsar mi destemplada lira,
y
entono los cantares
que
tu arrogante majestad me inspira.
En
medio de la mar que eternamente
á
tus plantas se agita embravecida,
eres
hermoso, Teide refulgente
como
el oasis que á gozar convida
del
África desierta en las regiones;
como
las más queridas ilusiones
que
en la aridez soñamos de la vida.
Él
marinero rudo,
cruzando
el borrascoso
mar
que dominas imponente y mudo,
te
contempla admirado y silencioso.
Cuando
Colón, el náutico italiano,
que
no cupo en el mar Mediterráneo,
engolfó
sus gloriosas carabelas,
y
trazando luminosas estelas
en
el terso cristal del Océano
tus
playas abordó, su diestra mano
te
señalaba á su atrevida gente
como
anuncio feliz, señal dichosa
de
un nuevo continente,
de
la soñada América grandiosa.
cubierta
de volcanes
en
una cordillera de titanes.
Un
hijo de la mar y de la guerra
quiso
clavar sobre tu frente un día
el
estandarte rojo de Inglaterra;
mas
fue humillada su soberbia impía:
que
tus cóncavos senos retumbaron,
gritos
de horror los valles repitieron,
y
tus valientes hijos lo escucharon,
y
al combate veloces acudieron.
y
tus faldas floridas alfombraron
con
los laureles que en la lid ciñeron.
¡Oh
Teide majestuoso.
gallardo
rey de la feliz Nivaria..!
Confuso
y tembloroso
me
atrevo á dirigirte una plegaria:
Cuando
lleguen mis horas postrimeras
no
me dejes morir desconsolado
en
tierras extranjeras
ausente
de tu lado.
En
tus campiñas plácidas, rientes
¡grato
pensil de cándidos amores!
en
medio de tus flores
y
rápidos torrentes,
concédeme
una tumba, porque anhelo
morir
gozando de tu claro cielo.
Vapor
Ciudad-Condal, 1862.
La otra versión de este poema lo puede disfrutar en AL TEIDE (versión Revista de Canarias)
La otra versión de este poema lo puede disfrutar en AL TEIDE (versión Revista de Canarias)